Linchamiento de un gobernador.
El general Vicente Quesada, que fue uno de los principales militares absolutistas sublevados contra el gobierno liberal durante el Trienio, se alineó en contra del levantamiento carlista en 1833. Fue nombrado General en Jefe del Ejército del Norte en febrero de 1834 y el fracaso de su intento de acuerdo con Zumalacárregui, que luchó a sus órdenes durante el Trienio, le llevó a tomar durísimas medidas contra los carlistas, provocando la llamada “Guerra sin cuartel”.
Apoyo fundamental para la reina regente Mª Cristina, que le concedió el título de Marqués del Moncayo, reprimió el levantamiento de la Milicia Nacional en agosto de 1835 en Madrid. Un año después se produjo el motín de los sargentos de La Granja, siendo Quesada gobernador y capitán general de Castilla la Nueva, es decir la máxima figura militar de la capital. El triunfo político de los sublevados, que obligaron a Mª Cristina a promulgar la Constitución de 1812, le obligó a huir de Madrid por miedo a las represalias. Apresado en la cercana localidad de Hortaleza, el 15 de agosto de 1836, una multitud proveniente de la capital asaltó su prisión y lo asesinó. Su cuerpo fue descuartizado por la turba en las calles de esta población.
George Borrow, misionero inglés que por estas fechas estaba en Madrid relata:
“En la tarde de aquel mismo día estaba yo sentado en el café, consumiendo una taza de oscuro brebaje, cuando sonaron en la calle ruidos y clamores estruendosos; causábanlos los nacionales, que volvían de su expedición. A los pocos minutos entró en el café un grupo de ellos; iban de dos en dos, cogidos del brazo y pisaban recio a compás. Dieron la vuelta al espacioso local, cantando a coro con fuertes voces la siguiente copla:
¿Qué es lo que baja
por aquel cerro?
Ta ra ra ra ra
Son los huesos de Quesada,
que los trae un perro.
Ta ra ra r ara.
Pidieron después un gran cuenco de café y, colocándolo sobre una mesa, los nacionales se sentaron en torno. Hubo un momento de silencio, interrumpido por una voz tonante: “¡El pañuelo!”. Sacaron un pañuelo azul, en el que llevaban algo envuelto; lo desataron y aparecieron una mano ensangrentada y tres o cuatro dedos seccionados, con los que revolvían el contenido del cuenco. “¡Tazas, tazas!”, gritaron los nacionales...”
BORROW, George. La Biblia en España. Madrid: Alianza, 1970. pp. 185-186.